“Horacio abrió la puerta un poco más. Helena estaba acostada sobre la manta, acurrucada contra la pared. Parecía dormida. Llevaba el vestido celeste con lunares blancos que le dejaba los hombros al aire. Se sentó en la silla a un costado de la cama y miró por la ventana que daba al monte. Las cañas ocupaban todo, el galpón y el pozo de agua estaban rodeados. Apenas se veía el reflejo de las chapas tapadas por el verde. Volvió a girar hacia donde estaba su madre y le apoyó la mano en la mejilla, sin darse tiempo ni siquiera a pensarlo. Helena estaba fría.Sacó la mano, inmediatamente, y la metió en el bolsillo del pantalón. Se quedó quieto, a su lado, por un buen rato”.
“Me apareció primero una imagen: un hombre solitario que remonta el río trasladando el cadáver de su madre. Luego otra: unos cuerpos flotando en las aguas”, cuenta Débora Mundani, la autora de El río. Sabía, además, que esos cuerpos no correspondían a la historia reciente de nuestro país, en la que hombres y mujeres eran arrojados vivos desde los aviones, sino que venían de más atrás.
Toda escritura es precedida por un pasado colectivo y, para encontrar los elementos necesarios para urdir la trama, Débora llegó al texto El río oscuro de Alfredo Varela, obra que hizo famosa Hugo del Carril como director cinematográfico con el nombre Las aguas bajan turbias. En ella se denuncia el trato inhumano que recibían los trabajadores de los yerbatales del noreste argentino. Una vez nítidas las imágenes centrales de la novela Débora comenzó a buscar sus personajes, el lenguaje y el ritmo del relato.
Horacio, un hombre que siempre vivió en el Delta, en un tramo del “Arroyo Espera” debe cumplir el deseo de Helena, su madre, de ser sepultada donde nació, río arriba, en el límite entre Corrientes y Entre Ríos. En el presente de la novela está Horacio realizando este viaje en conflicto con la naturaleza en todas sus formas, incluso con la propia. “La pérdida de un ser querido es uno de los momentos más difíciles de atravesar -reflexiona Débora-. Además al personaje se le imponen las inclemencias del tiempo, es casi un viaje imposible”. En ese difícil transcurrir, hay un salto al pasado que también está vehiculizado por el agua. Para la escritora el agua es “el oxigeno que respiran los protagonistas de esta historia.” Entonces, la trama nos lleva a la adolescencia de Helena, la madre de Horacio y a su encuentro con Juan, un tercer personaje, que definirá, quizás sin saberlo, la vida de los tres para siempre.
Débora Mundani se planteó, cuando empezó a delinearla, que “el tiempo de la novela iba a ser el tiempo del fluir del río”. Para hacer posible este propósito, la escritora nos hace vivir la experiencia de “un tiempo pegado completamente a la vida de los objetos y al entorno”. Explica: “Cuando me refiero al entorno es la espera del cambio de estaciones, de la crecida o bajada del río, del tiempo del pique. Y en cuanto a los objetos hablo de esas cosas que Horacio arregla: los motores que se van poniendo viejos, las maderas que hay que restaurar, la estacada que hay que poner al día porque si no el agua te come la orilla”.
La novela, editada por Corregidor, cumple con la idea de Débora: nos instala en la identidad isleña y en su convivencia con el tiempo de la naturaleza; la información sobre cada uno de los personajes nos llega a través de un dedicado trabajo con el lenguaje. Las palabras de este texto toman la forma del agua y tejen la poesía que se desprende de todo río y sus historias bien narradas.