Por Jorge Elbaum
Las presiones externas orientadas a estrangular el proyecto soberano de Venezuela, alcanzó en el último mes su nivel más alto de coerción extorsiva. Las derechas latinoamericanas, lideradas por gobiernos neoliberales como Brasil, Colombia, Paraguay y Argentina, aliadas con el gobierno de Donald Trump continúan su tarea de pinzas para legitimar la acción facciosa del golpismo organizado y financiado desde Miami y Washington. El gobierno de Maduro intenta buscar una salida que supere la guerra civil que plantea la oposición como mecanismo para enterrar el proceso emancipador iniciado a fines del siglo XX.
El modus operandi de los sectores concentrados, orientado a limitar los proyectos populares emancipatorios, y al mismo tiempo garantizar sus ventajas monopólicas, pone en evidencia la “jaula de hierro” weberiana y su afilada espada de Damocles estratégica: toda vez que se pretenda profundizar o darle continuidad a un proceso soberanista, consistente en cuestionar privilegios y ampliar derechos, se deberá enfrenar la batería de desabastecimiento, estrangulamiento comunicacional y provocación diplomática, incluyendo las acusaciones republicanas de “censura comunicacional”, “dictadura” y represión.
La esposa de Leopoldo López, convicto de la justicia venezolana, se queja de la censura en Venezuela, en el momento exacto en que decenas de medios cubren su alegato contra el gobierno bolivariano.
Esta ofensiva aparece como un modelo repetido de nuestra historia continental. Implica lidiar con la promesa casi “pascaliana” de la “Profecía auto-cumplida”, consistente en sembrar el caos para instaurar las condiciones de una intervención que restituya un estatus-quo beneficioso para los monopolios. Venezuela llegó a este punto de crisis por tres factores claves. Por un lado, debido a que posee una de las reservas más importantes del mundo de energía fósil. En segundo término, porque fue el primer país que desafió el sentido común (político) de la época: el neoliberalismo, convertido en dios de la sacrosanta legitimidad económico-institucional. Y por último, porque ha sobrevivido –aunque indudablemente debilitado- al acorralamiento plateado por los centros de poder, que necesitan quebrar el tándem conformado con Bolivia y Ecuador, visualizados como pilares de una potencial segunda ola emancipatoria, a efectivizarse (peligrosamente para sus intereses) en los próximos años.
La política de generar desconcierto y sensación de desgobierno está motorizada mediante el desabastecimiento de productos básicos, (divulgado hasta el hartazgo por los medios hegemónicos locales y extranjeros), y la búsqueda por acrecentar la cantidad de muertos en las calles a través de acciones motorizados por los “guarimberos”, los grupos de acción directa de la MUD (Mesa de Unidad Democrática). La pretensión de asfixiar la Revolución Bolivariana incluye la movilización de la oposición a través de “entidades de la sociedad civil” digitadas desde Miami y financiadas por Washington. Recientes documentos divulgados por WikiLeaks revelan que la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID por su sigla en inglés) adjudicó entre 2004 y 2006 unos 15 millones de dólares a 300 «organizaciones civiles» de distintas ciudades, con el objetivo de instaurar acciones de “derechos cívicos”, focalizados en realidad para desestabilizar la revolución bolivariana. http://bit.ly/2phU4aR.
La guerra de baja intensidad contra el chavismo incluye –en la actualidad- la deslegitimación del gobierno de Maduro vinculándolo a todos los males de la humanidad: el narcotráfico, la alianza con la teocracia iraní y el terrorismo internacional. En 2015 el Departamento de Estado calificó a Venezuela como un peligro para la seguridad de EEUU. Esa nominación supuso sanciones consistentes en impedir el ingreso a EEUU a centenas de funcionarios y el congelamiento de las cuentas del Estado bolivariano. http://bit.ly/2o6fszJ
La búsqueda por aniquilar el modelo chavita incluye una ofensiva de “verdades alternativas” (o realidades inventadas) dispuestas para tergiversar la realidad e impedir la solución pacífica del conflicto. Algunos de los variados ejemplos de malversación comunicacional han sido analizados y desenmascarados por portales encargados de hacer seguimientos de las noticias divulgadas por los centros mediáticos, dispuestos para confundir a la opinión pública. http://bit.ly/1mql2la
MisionVerdad se dedica a desenmascarar las operaciones mediáticas del establishment derechista del continente.
En la actualidad se vive la fase más violenta de la “segunda operación cóndor” motorizada en el interior de Venezuela por “guarimberos” quienes realizan actividades de sabotaje cuasi militares complementarios con el desabastecimiento generado por los empresarios de bienes de consumo quienes se resisten a reducir sus ganancias monopólicas limitadas por los precios máximos instaurados por el Chavismo.
El objetivo final, en última instancia, es que Venezuela del 2017 se convierta en el Chile de 1973, para desterrar el modelo de integración regional más significativo –vivido por la región- después de las guerras independistas de inicios del siglo XIX. En 1970 Salvador Allende ganó las elecciones en Chile y de inmediato los sectores más concentrados, aliados con los servicios de inteligencia -avalados explícitamente por Nixon y su Secretario de Estado, Henry Kissinger- iniciaron un programa de sabotaje sistemático consistente en ahogar el consumo masivo (generando el mercado negro), promoviendo el descontento social y comunicando a través de los medios hegemónicos, una situación de caos social y político. http://bit.ly/2aJzQyo
América Latina es el territorio de paz más extenso del planeta: no existen en la actualidad conflictos intestinos ni guerras civiles. No hay enfrentamientos religiosos ni étnicos. Esta realidad es una de las peores noticias para el complejo industrial-militar, cuya supervivencia depende de conflictividades generadas por actores estatales ávidos por el disciplinamiento de los sectores populares y concomitantemente a través de sus negociados bélicos, que en el caso de la región latinoamericana suponen como su patio trasero.
Gran parte de la ofensiva desatada contra el chavismo está íntimamente relacionada con las particularidades de nuestro sub-continente: es el primer productor de alimentos del mundo y cuenta con la tercera reserva de energía del planeta. Posee una de la biodiversidades más ricas y variadas y sus recursos naturales (de litio, agua y minerales, entre otros) son pretendidas indisimuladamente por todas las empresas trasnacionales. En términos políticos, América Latina impuso desde principios de siglo -curiosamente a partir de Chávez- el modelo de resistencia y oposición al neoliberalismo más exitoso a nivel internacional, en términos de legitimación popular. Extinguir su eco en américa latina es un deber para quienes –desde los organismos multinacionales y los centros de poder empresariales concentrados- requieren del silenciamiento de todos los modelos que puede llegar a ser imitables por los sectores populares y sus respectivos liderazgos.
La realidad económica actual de Venezuela está atravesada por una crisis económica basada en la caída pronunciada del precio internacional del petróleo, curiosamente motivado por la ampliación de las reservas de crudo, resultado de la aplicación de la tecnología del «fracking«. El valor del petróleo descendió en los últimos años, a un piso impensado, limitando la capacidad de Caracas para gestionar el desarrollo social que el chavismo impuso en una sociedad caracterizada por su desigualdad y su fragmentación, y que no logró quebrar el modelo rentista-dependiente de la energía fósil no renovable. Curiosamente, los países productores de petróleo o de materias primas estratégicas (que no se encuentran asociadas a la lógica de las empresas trasnacionales) son considerados peligrosos, y como tales, invadidos o atacados. (El caso de Siria remite a los oleoductos que pasan por su territorio que le brindan salida al mediterráneo a la producción –entre otros- de Irán e Irak). http://bit.ly/2pTtfJb.
Los propios errores atribuibles al chavismo son, en muchas ocasiones, respuestas apresuradas al continuo acoso planificado por los “think tank” contratados por las agencias se seguridad y las empresas trasnacionales, para quienes Venezuela es un peligroso bastión, sede de un proyecto generalizable e imitable, cuya relevancia no es tanto la posible clausura de las ventas de crudo a Estados Unidos, sino la constitución de Caracas como un soporte energético del proyecto emancipatorio sudamericano, verdadero y único problema estratégico a ser evitado por los centros de poder internacional. http://bit.ly/2o6fszJ
Aliados a esos objetivos planificados desde Washington, el presidente argentino Mauricio Macri se puso a la cabeza de los intentos de desestabilización del chavismo, sumándose a las propuestas más intransigentes de Donald Trump y utilizando a uno de sus voceros, el diputado Waldo Wolff como uno de sus portavoces más impostados y extremistas. http://bit.ly/2qSXxcp. La derecha argentina se hace cómplice, de esa manera, en la intención de destruir la integración y el desarrollo social y económico autónomo de las naciones latinoamericanas. Su contracara, la ex embajadora argentina en la República Bolivariana, Alicia Castro, se encarga cotidianamente de desenmascarar las operaciones mediáticas que el gobierno de Cambiemos –y sus medios acólitos— difunden, sin solución de continuidad, entre la ingenua, modelada y desinformada población local.
Venezuela del 2017 no se ha convertido en Chile de 1973, simplemente, porque las fuerzas armadas chavistas se consolidaron como una herramienta de defensa de los intereses soberanos en contraposición a los deseos del imperio. El pinochetismo, por su parte, expresaba la doctrina de la seguridad nacional, instituida en Washington para controlar y reprimir los aires emancipadores que fueron clausurados con miles de desaparecidos, asesinados, encarcelados y exiliados. Este impedimento central es el que explica el programa de “implosión” basado en la agitación interna orientada a generar, en última instancia, una guerra civil que “justifique” una intervención extranjera destinada a controlar, al mismo tiempo, las reservas petroleras de la cuenca caribeña e impedir conjuntamente, que las reservas políticas del chavismo logren sobrevivir para acoplarse a una nueva oleada soberanista.