Por Jorge Elbaum
El último 21 de diciembre apareció en el diario La Nación un artículo, en la página 5 de la sección “comunidad de negocios, titulada “El destino favorito de los inversores extranjeros”. La columna estaba firmada por Lucila Martí Garro, quien se desempeña como periodista del diario desde hace casi veinte años y declara vivir en Fort Lauderdale, Miami.
La nota podría pasar como desapercibida –incluso para un lector curioso– de no ser por uno de los subtítulos: “¿Blanquear o no Blanquear?”. En uno de sus párrafos se consiga: “Tim Suazo, presidente del estudio Álvarez, Suazo and Associates confirma que (…) el 40% de sus clientes argentinos se está adhiriendo. El otro 60% no cree en eso, porque no sabe lo que puede pasar después en la Argentina. Tienen miedo de exponer los bienes y mañana viene cualquier otro gobierno y dice que Macri los eximió de impuestos y los hacen pagar, o cambian las reglas de juego», aduce. Suazo recomienda, para protegerse del impuesto sucesorio (una carga impositiva que puede alcanzar el 40% de la propiedad [en los Estados Unidos]), y tener menos visibilidad, hacer una offshore que sea dueña de la compañía de Florida, la cual a su vez es la propietaria del inmueble. ´Sólo aparece el manager, que puede ser cualquier contador en los registros públicos, pero se hace un management trust agreement que estipula que [el testaferro] no puede hacer nada [sin la autorización del propietarios] y es punible con la ley, salvo la expresa autorización de los dueños, sea desde vender una propiedad hasta hacer un cheque’, detalla.” (http://bit.ly/2jF2wOC)
El detalle descripto en la nota pone en evidencia –con el descaro acostumbrado de quienes acostumbran a fugar capitales– la alta demanda de asesorías utilizadas para continuar con la elusión de las exigencias fiscales y los mecanismos disponibles para fugar capitales (tanto de la Argentina como del sistema tributario de los Estados Unidos). Pero pone en evidencia, sobre todo, la desfachatez con la que abordan, periodística y administrativamente, un delito, que ha empobrecido las condiciones de ahorro e inversión de toda la sociedad.
El sentido común de determinados sectores sociales ven como algo habitual algo que supone un robo a la riqueza social. Se calcula que existe un monto similar al total del PBI de la Argentina en paraísos fiscales, fugado por parte de los sectores más acaudalados de nuestro país. Todas las elucubraciones económicas ponen en evidencia que el monto total de lo fugado ha obstaculizado la superación de la recurrente carencia de divisas que vive nuestro país. Mientras tanto, el diario La Nación hace pedagogía del delito de guante blanco contribuyendo al acrecentamiento del dinero negro, que no solo inhibe el desarrollo sino que permite el desfile de prebendas y sobornos con caudales imposible de detectar (muchos de ellos en derroteros sutiles no detectables, con destino de periodistas, jurisconsultos y organismos de inteligencia).
El blanqueo publicitado como “exitoso” por los soberanos mediáticos de la economía ortodoxa no suele mostrar el mapa completo. Mientras que en 2015 se fugaron 6500 millones de dólares, en 2016 el monto alcanzó más del doble, un número cercano a los 14 mil millones. Y paralelamente, solo el quince por ciento de lo “blanqueado” ante la AFIP ha ingresado al país. El resto permanece en el exterior gracias a la legislación que permite continuar con la extranjerización de lo robado a la sociedad, pagando una pequeña multa. Pero la cuantificación más categórica de la bicicleta financiera con la que nos tiene acostumbrados el neoliberalismo es la que queda expresada en el endeudamiento de 50 mil millones de dólares, contraído desde la asunción de Maurizio Macri, conjugados con los 100 mil millones de la misma moneda “blanquedos” durante este mismo periodo. En ese mismo lapso las reservas del Banco Central de nuestro país se acrecentaron –apenas– en 20 mil millones de dólares.
El resultado es la extranjerización a la que nos guía candorosamente María Lucía Martí Garro desde Miami: reglas para blanquear por un lado y fugar por el otro, haciendo que pierda siempre el mismo colectivo: aquel que paga el IVA diariamente y no tiene posibilidad de ahorrar en divisas.
Gobernar para la inequidad nunca fue tan pedestre y cínico.
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