Por Jorge Elbaum
Nos dijeron que los salarios iban a superar a la inflación y nos piden ahora que negociemos paritarias sobre la base de llamativas conjeturas futuras. Nos dijeron que iban a bajar la inflación y que la apertura de las importaciones, de ninguna manera, iba a impactar negativamente en la producción nacional. Y que la inflación iba a ser más baja que durante los años del kirchnerismo.
Nos aseveraron que los “brotes verdes” de la economía están permanentemente por irrumpir. Y que el próximo semestre empezaremos a ver sus beneficios (de lo contrario será el posterior) y que la sequía y las inundaciones no impedirán los records de las producciones agropecuarias.
Nos advirtieron que el blanqueo beneficiará la economía real mediante inversiones generalizadas y que dichas inversiones generarán más empleo. Nos intentaron convencer, además, que iban a acrecentar la inversión pública para generar empleo.
Nos garantizaron que reducirían el déficit fiscal sin despedir trabajadores públicos y que iban a implementar una perspectiva republicana y dialoguista para relacionarse con la oposición y con la totalidad de las demandas sociales.
Nos intentaron persuadir que el endeudamiento no es negativo porque no condiciona a las generaciones futuras ni nos somete a los acreedores. Y nos afirmaron que la emisión de deuda estaría relacionada con el crecimiento y de ninguna manera con la bicicleta financiera que suele concluir con la fuga masiva de divisas.
Nos informaron que el dólar barato no iba a perjudicar a las economías regionales y que el turismo al interior de nuestra argentina iba a continuar generando records de visitas, mejorando las capacidades competitivas de nuestros centros receptivos.
Nos dijeron que el blanqueo permitirá limitar la fuga de capitales y que esas divisas acrecentarían el dinamismo económico, la inversión y la generación de empleo.
Nos prometieron que ellos venían a cerrar una “grieta” generada impúdicamente por el gobierno anterior, producto del profundo y álgido debate político y social. Y que la “revolución del trabajo y la alegría” cubriría la geografía nacional con un manto de optimismo y entusiasmo.
Lo que no dijeron es que el dólar barato beneficiaría prioritariamente la exportación de bienes primarios –a las mineras y al campo—pero que limitaría el desarrollo de la industria y el turismo. Tampoco te dijeron que perderías entre el diez y el veinte por ciento de nuestra capacidad adquisitiva durante 2016.
Tampoco te confesaron que el blanqueo beneficiaría a quienes tenían cuentas en paraísos fiscales y que una porción muy pequeña de dicho blanqueo –solo el 15 por ciento— engrosaría las arcas locales, y que paralelamente crecería la fuga de divisas.
Lo que no te comentaron es que venían a legitimar su Argentina oligárquica, en la que los sectores sociales están cada uno “fijados” en su lugar. En donde los presos deben tener el color definido –y único– de los criollos y los pueblos originarios. En donde el salario es la variable de ajuste para generar competitividad, y de ninguna forma pueden serlo las ventajas científico-tecnológicas.
No te dijeron que venían a cuestionar el derecho de los sectores populares a irse de vacaciones, comprarse un celular o disponer de servicios subsidiados para favorecer el consumo al interior del mercado interno.
No te confesaron que venían a avalar paritarias desbalanceadas a favor de los empresarios y las patronales. Un lugar en el que despedir trabajadores no aparece como algo condenable por el Estado. Un lugar donde el endeudamiento, las importaciones y las tasas de interés tiene como último objetivo llevar a cabo un ajuste en los que las perdedores sean los trabajadores y los beneficiarios quienes concentran cada vez más renta social. Un territorio en el que se premia a quienes fugaron capitales (y a sus familiares) a costa de quienes aportan día tras día el impuesto al valor agregado.
Un país con universidades para pocos, que “producen” profesionales provenientes de sus íntimas entrañas de las clases acomodadas y que desprecian los Centros de Educación Superior del conurbano dispuestos a formar hijos de los sectores populares que pelean el ascenso social a fuerza de sacrificio y estudio.
Lo que no te contaron es que vinieron básicamente para profundizar la desigualdad. Para empoderar a los empresarios y limitar las capacidades de negociación de los sindicatos. Para mejorar la competitividad sobre la base de la reducción salarial y para implantar un orden social en el que te acostumbres a no defender tus derechos, y mucho menos, para pelear por los que potencialmente faltan.
Lo que no nos dijeron es que venían para recuperar las ventajas perdidas: su distancia social con nosotros. Que venían a restaurar la sensación de saberse (creerse) superiores y ensanchar la grieta social que existía en forma previa a su llegada –porque un gobierno popular se atrevió a disputar–.
No te comentaron que venían a reinstalar el orgullo de verse en el espejo deformante del privilegio y sentirse por fin –nuevamente— instalados en el irreversible mundo que siempre consideraron inviolable. En aquél donde la distancia con los humildes, con los pobres, con los vulgares, con los trabajadores está fijada de una vez y para siempre, y que ningún Proyecto Nacional puede –nunca– atreverse a cuestionar
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