Norma Pla no haría duelo

Archivo – Por Celeste del Bianco para “200 argentinos” (2010)

Es y seguirá siendo recordada como la mujer que hizo llorar a Domingo Cavallo. Con voz enérgica le reclamó al entonces ministro de Economía de Carlos Menem que las jubiladas y los jubilados se estaban muriendo de hambre. “¿Acaso usted no tiene padres que en este momentos también puedan estar sufriendo privaciones?” lo increpó. Cavallo dejó correr unas lágrimas porque, según contó, su padre vendía escobas y sufrió infortunios similares. De la bronca, Norma mutó a la sensibilidad y trató de consolarlo: “No llore señor ministro, no llore”.

Emergente de las políticas neoliberales que expulsaron a miles de personas jubiladas y pensionadas a la marginalidad, Norma fue la abanderada de la clase pasiva, hasta entonces ignorada por la mayoría de los medios de comunicación.

Norma Güimil nació el 13 de septiembre de 1932 en San Telmo, en una casa de laburantes; su papá era guardia de tranvía y su mamá lavaba y planchaba ropa en la casa de los Martínez de Hoz. Su carácter obstinado hizo que dejara la escuela en segundo grado: “abandoné por culpa de una maestra que me dijo que Colón no era navegante. Entonces me dediqué a cultivar la quintita que tenían mis padres”. A los 13 años, Norma pasó de los vegetales caseros a los alimentos industrializados; cuando comenzó a trabajar en una fábrica donde, entre otras cosas, hacía tareas de limpieza. En aquella época para sus amigos todavía no era Norma Pla, ni siquiera Norma Güimil sino “Norma de zapato”.

Casi el 90% de su vida transcurrió como cualquier mujer trabajadora: conoció a un muchacho en un baile, se enamoró, se casó, tuvo hijos y los crío. Como la plata que traía Miguel Pla, su esposo, no alcanzaba ella siguió trabajando mientras se encargaba de darle todo a sus cuatro hijos: Miguel Ángel, Roberto, Germán y Cristina. Sus días como ama de casa, transcurrieron anónimamente en las calles de Temperley, donde sí era “famosa” entre sus vecinos. “Viviendo en el Barrio San Jorge, donde no había asfalto, un día de lluvia un carro tirado por un caballo se quedó encajado. El tipo le estaba pegando al caballo para que saliera, entonces mi mamá salió enojadísima con una vara, todos pensaron que le iba a pegar al caballo pero le empezó a dar con la vara al tipo. Era así, espontánea”, cuenta su hijo Germán. La anécdota retrata también su afecto hacia los animales. Según ella misma contó era muy bichera: “no puedo ver un perrito tirado en la calle. Por eso tengo cinco perros y nueve gatos”.

Hasta ahí la historia de cualquier ciudadana. El giro del relato se da en la parte de la vida en la que después de años de trabajo, las abuelas quieren disfrutar de sus nietos. En la edad en la que lo cotidiano es estar en casa, tranquila, mirando por televisión las desventuras de Andrea del Boca y Gustavo Bermúdez. Pero Norma comenzó a recorrer un camino de lucha y popularidad: “Yo empecé con esto porque después de que murió mi marido las cosas comenzaron a andar mal. Un día no tenía los diez pesos que necesitaba mi hijo Germán para ir a La Plata, donde estudia arquitectura, y no aguanté más. Por eso la bronca. Porque trabajó toda su vida y al final recibió una miseria”.

“Comenzó a escuchar un programa sobre los jubilados que Rubén Giovanini tenía los sábados en la radio. Se enganchó y empezó a llamar. Y un día dijo: ‘me voy a poner una olla popular’ y se fue. Se llevó un montón de cosas nuestras que éramos scouts”, recuerda Cristina.

Y así, el 17 de abril de 1991 se instaló en Plaza Lavalle con unos pocos jubilados más. “Habíamos ido con un amigo de la familia y con 5 viejos de Línea Nueva”. Con una camioneta llevamos la carpa y se la instalamos”, comenta Germán. Con los días, los 5 viejos pasaron a ser 40 y cada semana se congregaban alrededor de 200 para almorzar y cenar. Durante las casi 80 jornadas que estuvieron frente a Tribunales la carpa de Norma Pla fue el lugar de mando, allí se mezclaban las imágenes religiosas con alimentos y dinero donados para la causa. Si bien había participado en otro movimiento su explosión mediática comenzó tras la olla popular con la agrupación que denominó Unión de Jubilados y Pensionados de Plaza Lavalle Norma Pla. Ella explicó que el nombre fue para diferenciarse de Giovannini, integrante del MODIN.

Su rostro comenzó a ser habitual en los noticieros, donde se la veía haciendo una choriceada frente de la casa de Domingo Cavallo, festejando el haberle quitado la gorra a un policía, trepando una reja, tirando huevos, acostada en una huelga de hambre o entrevistada por haberle enviado una corona mortuoria al ministro de Economía. “Yo me subo a las rejas, porque cuando vamos a pedirles audiencias a los que le estamos pagando el sueldo, no nos abren las puertas. Y esa es la casa tuya, la mía. Por eso me tengo que subir allá, para que vean que estamos nosotros”.

Bien podría haber sido la inspiradora de “La marcha de la bronca” de Pedro y Pablo. Sin reparo a la hora de los insultos, Norma le enumeraba a los funcionarios con mucha vehemencia las injusticias que padecían: “Tengo mucha bronca porque nadie nos escucha. Pero se robaron los cuarenta y dos años que nosotros aportamos. Si te tengo que decir ‘sos un hijo de puta’ te lo digo en la cara”.

Sus más de 60 años no fueron un impedimento en la disputa por un haber mínimo de $450 para los pasivos y por un PAMI manejado por sus beneficiarios. Todos los miércoles durante cinco años encabezó la concentración semanal que hacían los jubilados. Muchas veces su carácter decidido y frontal era reprobado por distintos sectores de la sociedad que veían en sus actos ciertos métodos violentos. “Yo no sé si a mi me mandó Dios o el Diablo rojo. Alguien me inspira, yo no lo hago por salir en los medios”, dijo varias veces.

“Era muy temperamental, sí se ponía un objetivo tenía que cumplirlo. Éramos un grupo de jubilados que nos movíamos para todos lados. Íbamos, cumplíamos el objetivo de escrache y nos volvíamos, pero nunca dejábamos a un compañero en la calle. Capaz que eran las 3 o 4 de la mañana y Norma estaba en el hospital rescatando a algún compañero”. De no ser por la palabra “jubilados”, la declaración bien podría ser de algún integrante de una agrupación estudiantil, sin embargo pertenece a Guillermo Espinoza, jubilado que acompañó a Norma y que aún sigue la lucha por sus derechos cada miércoles frente al Congreso.

Además de animales indefensos, Norma llevaba a su casa a jubilados desamparados. “Una vez se vino de la plaza con un par de viejos. Se los trajo a vivir a casa. Hasta que tuve que poner límites porque uno de ellos empezó a romper el colchón y le ponía migas adentro. Entonces me cansé y le dije basta.Porque además había que mantenerlos y a ella nadie le pagaba, al contrario de lo que dicen muchos”, rememora su hija Cristina.

Pasó de la cocina, donde se destacaba por sus agnolotis, a la plaza. “Nuestra vida cambió un 99,9 %. Éramos una familia acostumbrada a laburar y nos cambió porque ella empezó a hacer política, si bien alejada de los partidos pero era política, entonces nos allanaban la casa dos por tres. Nunca encontraban nada. Nos seguían, también la metían en cana y teníamos que ir a buscarla”
La idea de que los jubilados van presos dejó de ser inverosímil. Varios fueron detenidos en las manifestaciones y Norma llegó a tener 22 causas. “Cuando fuimos a la Comisión Constituyente en Paraná a pedir que incluyeran los derechos de los jubilados en la Constitución, no nos dejaban avanzar por las calles. Nosotros insistimos y vinieron los policías y Norma cayó al piso. Desesperados pedimos ayuda. Entonces yo me acerco y ella abre un ojo y me dice ‘Quedate tranquilo, está todo bien’. Era frecuente que se hiciera la desmayada para que no la llevaran presa” cuenta Raúl Castells, quién estuvo vinculado a Norma Pla durante algunos años. De aquella mujer, Castells resalta como positiva su capacidad de construir el reclamo en lucha mediática y como negativo su individualismo, que le impedía formar un equipo y tener una agrupación.

Sus detractores la vincularon con distintos políticos, sin embargo ella lo desmintió cada vez que pudo: “Yo no soy de nadie, yo soy del hambre”.

Durante su camino, una de las preocupaciones fue hablar con Carlos Menem. Necesitaba decirle que los jubilados se estaban “cagando de hambre”. Nunca obtuvo respuesta del por entonces presidente de la República.“A veces, mientras me baño, canto o le paso una puteada a Menem”, dijo alguna vez. “Lo seguíamos por todos lados, donde nos enterábamos que estaba, allá íbamos”, dice Guillermo.
Norma sufrió cáncer de mama y a los 63 le extirparon un pecho. A pesar de eso siguió firme, insultando a cuanto político corrupto se le cruzara, a veces con una peluca, otras con un pañuelo. Desoyó las recomendaciones médicas de reposo y siguió manifestando a pesar del frío, las tormentas y los manguerazos. Murió el 18 de junio de 1996 a consecuencia de la metástasis. Tal como pidió, sus cenizas fueron cremadas y esparcidas en Plaza Lavalle donde hacía poco más de 5 años se había convertido en líder de los jubilados.

*El perfil de Norma Pla fue publicado en la colección “200 argentinos” del diario Crítica en el año 2010.