*Por Alicia Castro publicado en Página/12
n 2012, el año en que llegué a Londres como embajadora, Julian Assange obtuvo el asilo diplomático de Ecuador y se instaló en la embajada de la calle Hans Crescent. Ese dia la embajada fue rodeada de carros de la policía británica y algunos agentes pugnaban por entrar. Mi primer reflejo fue mandar unas bandejas de empanadas y alfajores para aliviar los trajines de la embajadora Ana Alban. Juntas organizamos en los días subsiguientes una reunión de embajadores latinoamericanos para seguir desde la legación de Ecuador la sesión de la OEA donde se discutía el asilo de Assange. Nos sentamos, por primera vez, alrededor de esa mesa oscura, en una sala austera. De pronto, discretamente, como todos esperábamos, irrumpió Julian Assange. Ya era una leyenda. Le expresé cuánto teníamos que agradecerle los latinoamericanos por sus revelaciones de los cables diplomáticos que muestran el grado íntimo y perverso de injerencia del gobierno de Estados Unidos en nuestros asuntos. Yo misma tenía como prueba el cable que escribió el embajador de Estados Unidos en Argentina, Lino Gutierrez, sobre mi designación como embajadora en Venezuela, donde se describen detalles puntuales de mis actuaciones, que ni yo misma recordaba.
Ese día comenzó una larga serie de encuentros que tuve con Julian a lo largo de los cuatro años de mi misión en Londres y en los años subsiguientes, en que lo visité varias veces. Nuestra primera conversación giró en torno a las acusaciones que tenía en Suecia sobre abuso sexual; hablamos con franqueza, y concluí que se trataba de una fabricación de dos mujeres inescrupulosas con las que tuvo relaciones casuales, quienes habían sido manipuladas para criminalizarlo. Suecia reclamaba su extradición para responder a esas denuncias –nunca configuraron cargos– mientras que sus abogados solicitaron incansablemente que pudiera declarar en Londres, ya que Suecia lo extraditaría a los Estados Unidos por haber revelado secretos de Estado.
En esos tiempos la sede de la embajada se pobló de gente interesante que lo visitaba, filósofos, políticos, músicos, diseñadores, y yo podía lamentar si me había perdido la visita de Zizek, de Yoko Ono o de Yannis Varoufakis, pero en la siguiente reunión encontraba a la diseñadora Vivienne Westwood, a la abogada de derechos humanos Helena Kennedy, al cineasta Ken Loach, a Bianca Jagger y a míticos periodistas de investigación, como el norteamericano Gavin MacFadyen, creador del Centro para el periodismo de investigación (CIJ) y el australiano John Pilgier. Muchos de ellos son mis amigos hasta hoy. Tratábamos de aliviar su encierro con cualquier excusa: celebramos sus fiestas de cumpleaños, sus 100 días de asilo- para la cual llevé una torta con el numero 100-, fuimos entusiasmadas con mi hija a armarle su arbolito de Navidad y pasé también alguna fiesta de fin de año acompañándolo. Ecuador pasó a estar en el centro de la vida política y cultural de Londres y el ex presidente Rafael Correa era reconocido por los sectores progresistas como un cabal defensor de los derechos humanos.
En cada una de mis largas conversaciones con Julian aprendí algo que es un hombre obsesionado con una misión clara e infrecuente: democratizar la verdad. A diferencia de otras plataformas, Wikileaks no revela información relacionada con una afinidad política determinada, sino que publica la información que recibe, una vez que está puntillosamente descifrada y chequeada y sin revelar la fuente. Ha publicado mas de 10 millones de documentos clasificados revelando los secretos que antes pertenecían a una reducida elite vinculada al complejo industrial militar
Con el paso del tiempo las facilidades en la embajada fueron disminuyendo; el siguiente embajador puso condiciones de visita mas rígidas; apenas hubo comida una noche en que lo visitaron el ex canciller Ricardo Patiño, cuando me tomó por sorpresa cómo canta incansablemente todo el repertorio latinoamericano siendo totalmente abstemio y el gracejo del juez Baltasar Garzon, uno de los abogados del equipo de Assange, para bailar flamenco. Intentamos infructuosamente que Julian cantara una sílaba o bailara, nunca lo logramos, pero se distendía y nos acompañaba con esa radiante sonrisa suya, hoy perdida. Un dia me di cuenta de que hacía ya años que Julian no tocaba a un animal y empecé a visitarlo con mi perra Mandiyu, a quien sentaba en sus faldas y aprendió a querer, como se aficionó a las empanadas y a nuestro Malbec, que le llevaba de vez en cuando. Después gestionamos que le permitieran tener un gatito, cuya compañía disfrutó mucho y cuya presencia en la embajada ha generado una de las insólitas y más burdas quejas del actual presidente del Ecuador. Lenin Moreno le quitó el asilo diplomático en violación del derecho internacional y de la Resolución del Comité contra las Detenciones Arbitrarias de las Naciones Unidas que estableció en 2015 que la detención de Assange es arbitraria e ilegal y debe ser puesto en libertad.
Las ultimas veces que lo vi, su situación era preocupante. Estaba siendo espiado y llevaba colgando del cuello una cinta con una serie de pendrives. Hablamos en el comedor, alrededor de aquella mesa donde nos reunimos por primera vez, subiendo la radio y escribiendo parte de lo que queríamos decirnos, intercambiando dos cuadernos y tapando nuestras cabezas para evitar cámaras y micrófonos. El nunca se rendiría.
Julian ha sido violentamente arrancado de la embajada de Ecuador y enjaulado por la policia de la decadente Teresa May, mientras gritaba que el Reino Unido debe resistir la presión de Trump. Esa imagen me destroza y no puedo verla sin llorar, ni puedo dejar de pensar ahora en mi amigo confinado injustamente en la cárcel.
Lenin Moreno ha pactado con Donald Trump su entrega a los Estados Unidos, y Assange tendrá que enfrentar un juicio de extradición, acusado de “conspiración” por presunta cooperación con el
ex analista de inteligencia Chelsea Manning para descifrar la contraseña de una computadora del ministerio de Defensa de Estados Unidos perteneciente al Secret Internet Protocolo Network (SIPRNet). Trump y May defienden e implementan el espionaje sobre la vida privada de los ciudadanos y la opacidad de los Estados.
Hoy, que todos y todas somos víctimas de la manipulación grosera de la información, sujetos a operaciones mediáticas fraguadas para demonizar y armar causas a dirigentes politicos y sociales, en el medio de una guerra de “fake news” que distorsiona la realidad, resulta chocante y paradójico que sea encarcelado un periodista por actuar como un soldado de la verdad.
Assange no es norteamericano y la plataforma Wikileaks es una organización de noticias extranjera. La idea de que el gobierno de los Estados Unidos puede alcanzar y extraditar a un integrante de cualquier medio de comunicación en el mundo es aterradora. Nunca en la historia de los Estados Unidos un editor ha sido perseguido por presentar información verídica a la opinión pública. Sienta el precedente de que cualquier periodista puede ser extraditado, juzgado y encarcelado por haber publicado información veraz sobre Estados Unidos. La libertad de prensa no consiste sólo en el derecho de publicar, sino también en el derecho de leer, en el derecho de informarse, en el derecho que tenemos como lectores de estar informados.
Este derecho universal tiene su mejor defensor en Julian Assange, un héroe de nuevo tipo, por cuya libertad reclamaremos incansablemente, junto a los hombres y mujeres del mundo que creen que la verdad nos hará libres.
Alicia Castro fue embajadora en Venezuela y en el Reino Unido.