Por Sebastián Premici para Agencia Cadena del Sur
Ya transcurrieron 7 meses de la desaparición y muerte de Santiago Maldonado.
¿Quiénes pueden mirar a los ojos, con profundidad, simpleza, coraje y no caer en el abismo de la hipocresía? ¿Quiénes son los que poseen la valentía para estar en la calle, en el barrio, en el monte o la montaña, poner el cuerpo propio y colectivo para frenar el despojo de gobiernos rapaces y empresarios que viven de la miseria planificada?
¿Quiénes son los que eligen plantarse fuerte del lado del pueblo a pesar de los escopetazos y ametralladoras (en la cacería ya no importa si son balas anti tumulto o 9 milímetros) que zumban finito cerca de sus cabezas, la de sus hijos o hijas, amigos o amigas, hermanos o hermanas, cuñados o cuñadas? ¿Quiénes son los que se atreven a perseguir la verdad, luchar por la memoria y justicia, cual sabuesos que no sucumben, no se resignan y no abandonan el peligroso camino de dar testimonio en tiempos siniestros? ¿Quiénes son los que se animan a estar del lado correcto de la vida, del lado de la justicia social, la solidaridad fraterna, la entrega por el otro?
Santiago Maldonado no estuvo en la Pu Lof en Resistencia Cushamen el primero de agosto de 2017 de casualidad como tampoco estuvieron de casualidad los jóvenes baleados el 10 y 11 de enero, también en Cushamen, a los que les inventaron causas penales en su contra. Rafael Nahuel tampoco estuvo de casualidad en Villa Mascardi, antes de ser asesinado por el grupo de tareas especiales de la Prefectura (Albatros).
Santiago, artesano, escritor, músico, artista plástico, tatuador, hijo, hermano, cuñado, amigo, se autopercibía como un “nómade sin rastro”. Sin embargo, dejó huellas en su familia y amigos pero también en la Historia. Su muerte, luego de una feroz e ilegal represión (planificada) de la Gendarmería y el Gobierno nacional, expone como ningún otro acontecimiento desde la vuelta de la Democracia de qué manera el Estado (la casta social mafiosa con cargos en el Poder Ejecutivo y parte de la Justicia) ideó y encubrió su avanzada sobre los pueblos originarios de la Patagonia (chivos expiatorios) para sembrar, nuevamente, el terror en la sociedad (disciplinamiento social).
Lo que sucedió con Santiago desde el día de su desaparición hasta el hallazgo de su cuerpo en el río Chubut, y los meses posteriores también, es la huella de cómo el Estado colocó a las fuerzas de seguridad al servicio de determinados intereses económicos, los mismos que colocaron a la ceocracia en la Casa Rosada, llámense Benetton o Lewis, que hoy vuelven a reeditar las doctrinas de seguridad nacional para defender su patrimonio a costa del conjunto del pueblo argentino.